¿De qué se trata?
Surrealismo: La insumisión contra el estado de las cosas
Annie Le Brun
Los puentes que los surrealistas intentaron construir entre la vida y el arte, entre el mundo y los sueños, ejemplifican un proyecto colectivo sin parangón, como indica Antonio D. Leiva, en el que se rebelan en contra de lo establecido para restituir la libertad al hombre. Dependiendo de las latitudes y del momento histórico, esa voluntad que aunaba a Rimbaud, Marx, Novalis, Sade o Jarry, pudo concretarse de una u otra manera. Porque, en efecto, no solo cada miembro interpretaría y respondería a esa llamada: “écrire ainsi et vivre ainsi” (cfr. carta de Pierre Louÿs y título de artículo de Annie Le Brun) de una manera que les sería propia , sino que, como es evidente, no fue lo mismo vivir en el París, el Londres de los años 20, 30 o 40 –por solo acotar algunas décadas- que, por ejemplo, en la Bruselas o en la provincia de Hainaut en la misma época o, concretando en Canarias, en el Santa Cruz de Tenerife del tiempo de la “Facción surrealista” (Pérez Minik, Westerdahl, Espinosa, García Cabrera, Gutiérrez Albelo, López Torres, todos ellos junto al gran Óscar Domínguez).
Será bajo el signo de esta interrogación múltiple que los invitados al Seminario desglosarán la manera en la que los surrealistas, dentro de cada grupo estudiado, expresó y vivió esa necesidad de hacer converger el principio de placer con el de realidad, esa manera de reinventar el mundo en un espacio y un tiempo bien concretos, con una respuesta que les fue propia y una peculiaridad que los definiría, tanto en su medio más cercano como en el panorama internacional que los acogerá, tarde o temprano. Ello supone que van a interrogar a corazón abierto la realidad que les toca vivir, cuestionándose desde sus cimientos Historia, política, sexualidad, literatura, arte, vida o verdad, porque el surrealismo se concreta en esa insumisión permanente ante la realidad establecida. La “inactualidad” –Annie le Brun- esencial del surrealismo reside, en efecto, en esa rebeldía genuina e inquebrantable, en esa pasión indispensable del hombre que sabe su derecho a replantearse el mundo para ser quién es: ese “rêveur définitif” (soñador irremediable) del que Breton nos habla en el Manifiesto de 1924.
Desde las distintas generaciones de surrealistas, que iluminaron, encandilaron o inflamaron el tiempo que les tocó vivir, hasta aquéllos, silenciosos, que solo en su obra encontraron el camino de sus deseos; desde los que vivieron apresurada o atormentadamente, hasta los que supieron navegar en ese mar embravecido de la Historia y de sus propios sueños, el panorama es cautivante. Pues se tratará de ver cómo unos y otros, todos de distinto sino pero con la decisión unánime de buscar nuevos caminos -por peligrosos que fueran-, resuelven el enigma de la existencia: quiénes somos y adónde vamos, tal y como se planteaba Breton en Nadja o en Signe ascendant.
Esta gran interrogación vital en la que todos se sumergen, empoderándose en ese “homme qui propose et dispose” del primer manifiesto, los empujará a la sublevación de un “Vive qui veut” (A. Le Brun, “Que viva quien quiera”), a las antípodas de ese “sálvese quien pueda” que encarna la derrota del ser humano ante el mundo, apelando en su contra a la responsabilidad del hombre con respecto a su libertad y a lo único que realmente importa (Ce qui n’a pas de prix, A. Le Brun). Para ello, qué mejor imagen que la del fresco vendaval de A. Le Brun, haciéndose eco de aquella “splendide nécessité du sabotage” en contra de la asfixia generalizada a la que todo parece conducir: “le vent échappa à la spéculation météorologique des week-ends, pour servir une immense respiration collective” (A. Le Brun).
Un aliento esencial que se torna en inspiración ante un lenguaje “que chacun peut se réapropprier” (A. Le Brun, “que todos podemos hacer nuestro”). Patrimonio humano del que son muy conscientes los surrealistas de todas latitudes y que también es presa de esa devastación del mundo bajo forma de “anestesia global”, ante cuyo peligro Breton nos recordaba que la mediocridad de nuestro universo depende de nuestro poder de enunciación. Será con este signo ascendente de insumisión plena y honesta que se construya, en efecto, el hito incandescente del surrealismo, verdadero campo magnético hacia la verdad del hombre: “Si la sumisión es contagiosa, la libertad también” (Le Brun).